Capítulo 2 (primera parte)

Caminé durante un largo tiempo en línea recta pero siempre tenía ante mí el mismo paisaje. Todo era igual, nada de vida, nada de civilización.
Me sorprendió no tener hambre, ni sed. A pesar de que no había bebido ni gota, mis labios estaban continuamente húmedos y mi estómago no clamaba por algo de comida. Era extraño, muy extraño. Llegué a pensar que estaba soñando o incluso que había muerto y me encontraba en el infierno, en el que jamás había creído hasta el momento.
Mi cuerpo se sentía pesado y me dolía la cabeza. ¿Qué se suponía que debía hacer? Buscar a mis familiares habría sido una buena idea, de haber algún sitio en el que buscarlos. No sabía en qué lugar me encontraba, si aquello eran ahora los restos de mi ciudad o simplemente había sido lanzada a algún otro planeta.
¿Podía ser posible que fuera la única superviviente? Imposible, ¿por qué yo precisamente? No le desearía ni a mi peor enemigo el sentimiento de agobio, frustración y soledad que me invadía en aquel momento. Si finalmente todos habían muerto, yo también deseaba estar en su misma condición. La soledad es horrible y más en un lugar como en el que me encontraba.
Mientras continuaba en mi poco producente paseo, un trozo de tierra se deshizo bajo mi pie y caí al suelo, salpicándome de un líquido rojo e incandescente que laceró mi pierna izquierda y empecé a sentir una incipiente agonía. Después de retorcerme durante unos minutos al fin pude incorporarme y secarme las lágrimas de los ojos. Miré el daño creado, tenía quemaduras graves por toda la pierna, que todavía estaban burbujeando y creando acopios de piel ennegrecida. Arranqué un trozo de mi túnica e intenté presionarme las heridas, pero el dolor sólo hizo que aumentar. Dejé de auto auxiliarme y con esfuerzo me levanté, aunque no sabía bien para qué. Era inútil seguir caminando y más con una pierna casi inservible.
Parece extraño como las situaciones cambian a las personas. Todo lo que hacemos lo hacemos para llamar la atención, pero cuando no hay nadie a quién atraer, no tienes esa necesidad desesperante de sentirte consolada. Por eso no lloraba, no estaba sentada deshaciéndome en sollozos mientras me compadecía. No sentía el deseo de mostrar mis emociones físicamente, pero sí me encontraba perdida y achacada por dentro, eso no podía evitarlo.
Oí un ruido, como el de un taladro eléctrico, di mil vueltas sobre mi misma para averiguar de dónde venía. Pero no divisé nada en la lejanía hasta al menos diez minutos después. Se movía con rapidez e iba aumentando de tamaño, lo que significaba que se me estaba acercando. No me asusté, nada podía ser peor que la situación en la que ya me encontraba.
Poco a poco, pude distinguir lo que parecían ser cuatro grandes ruedas. Luego vi que entre las ruedas había unos hierros colocados en forma de cruz y un motor conectado a un volante. Era algo como lo que uno se espera encontrar en un taller de fabricación automovilística. Pero no fue el coche inacabado lo que llamó mi atención sino el hecho de que tuviera un piloto.
No estaba sola.
El joven alzó una mano y la agitó, yo hice lo mismo para que supiera que no era una alucinación. Por fin llegó hasta mí y frenó su vehículo con brusquedad, llenándome de polvo.
Sentí como mis ojos se quedaban fijamente anclados a la imagen del joven, no estaba sola, no lo estaba, ¿habría alguien más?
—Disculpa, este trasto es difícil de controlar—me dijo mientras se bajaba el tracto-coche. A lo lejos esa máquina no parecía tan grande— Vaya… esto es bastante extraño— me miró de arriba abajo y suspiró con incredulidad.
— ¿De dónde vienes? ¿Cómo has sobrevivido? ¿Hay alguien más a parte de ti? ¿Qué es lo que ha ocurrido exactamente?— lo acribillé a preguntas.
—Soooooo caballo, no tan rápido. Al menos una pregunta por segundo— yo me quedé callada, mirándolo con desesperación—. Está bien, te explicaré lo que sé, pero no es mucho. Hasta hace un minuto creía ser el único superviviente y ahora te encuentro aquí justo en la zona roja y milagrosamente no eres un cadáver. Yo también estoy un poco impresionado.
— ¿Zona roja?
—Sí, esta es la zona que ha sufrido el mayor daño. Yo desperté en la zona verde, ahí las cosas son un poco mejores que en esta parte. Cuando logré acostumbrarme al humo, empecé a explorar, construí esta ‘’cosa’’ para poder desplazarme con mayor rapidez y me he constituido algunas teorías en la cabeza. Nunca había entrado tanto en esta zona, porque con el humo no se podía ver bien y decidí no arriesgarme, pero hoy por fin esa maldita nube se ha disuelto— me quedé perpleja ante la información recibida.
¿Cómo había logrado adaptarse tan rápido e incluso construirse un coche? ¿Y a qué se refería con hoy? Cómo si pudiera haber algún tiempo en aquel lugar…
—No lo entiendo, ¿cómo cuentas los días?— él alzó las cejas, como si hubiera preguntado alguna tontería.
—Pues como siempre se ha hecho, después de la noche viene un nuevo día.
— ¿Hace cuanto te has despertado?— indagué, creyendo acercarme a la cuestión indicada.
—Hace dos semanas— dijo con toda normalidad— ¿Y tú?
Mi labio tembló antes de que pudiera responder.
—Hoy.
Él parecía sorprendido, al menos tanto como yo. Dio un paso hacia mí y me echó un vistazo de nuevo, cerciorándose de que no se trataba de una alienígena.
—No me lo explico, deberías estar muerta, si no por las explosiones al menos por la corrosión de los gases que hay en este lado, o por el frío— se atrevió a aproximarse todavía más y quiso colocar su dedo sobre mi hombro, pero yo me aparté bruscamente. No sé por qué lo hice, sabía que no me podía hacer más daño del que ya había sufrido, pero reaccioné instintivamente.
—Yo tampoco entiendo nada. Necesito que me expliques todo lo que sabes, por favor— rogué mirándolo directamente a los ojos, pasando por alto mi actitud huraña de hacía un momento.
—Primero será mejor que me acompañes a la zona verde, quedan cinco horas para el atardecer y no sé que clase de cuerpo debes de tener tú, pero el mío no va a poder soportar el frío.
No discutí, ni me opuse a que me ayudara a subir al coche. ¿Qué sentido habría tenido quedarme en medio de la nada? Deseaba ver a qué se refería con la zona verde, averiguar por mí misma si realmente la vida había abandonado el planeta y si nosotros éramos los únicos supervivientes.

jueves, 30 de diciembre de 2010 en 18:06 , 0 Comments

Capítulo 1


No hacía frío ni calor, no era un día húmedo, ni seco… Ni siquiera sé si aquello que me rodeaba podía ser considerado como algo natural.
Todo lo que veía eran mis manos raspadas, mis pies amoratados, mi túnica hecha trizas y una gran ola de humo impenetrable rodeándome, como si quisiera engullirme.
Mi pelo, que se había destrenzado, caí lacio y enmarañado sobre mi espalda hasta llegarme a la cintura, por primera vez lo sentí como algo realmente molesto.
A penas me sostenía en pie y era difícil aguantar las ganas de vomitar. La frustración que se apoderó de mí no se podía explicar con facilidad. Era como alguien encerrado en un cuarto de a penas dos metros cuadrados, oscuro y sin siquiera una puerta por la que poder escapar. Así me sentía yo en medio de aquel caos sin sentido. Lo lógico habría sido pensar en mi familia, en qué había pasado con todos los demás y en la forma de encontrarlos. Pero solo había una pregunta en mi cabeza:
‘’ ¿Cómo diablos he podido sobrevivir?’’
Di un paso, y la angustia se multiplicó por cien. Volví a juntar los pies, quise inspirar una gran bocanada de aire y relajar mis músculos engarrotados. Pero no fui capaz de hacer ninguna de las dos cosas. Después tomé la peor decisión que podría haber tomado en aquel momento, acostarme sobre el suelo. Lo hice pensando en un poco de descanso pero lo que recibí fue una penetrante descarga eléctrica y perdí el sentido.
Mientras permanecía dormida, mi subconsciente me hizo revivir los últimos momentos antes del desastre. Me encontré caminando en una de esas nubes que salen en las películas rodeando las escenas de flashbacks. Estaba junto a mi madre y ella estaba teniendo un berrinche por no haber conseguido el último saco de arroz del supermercado, a pesar de que ya teníamos cinco en el sótano de casa. Lo que tendría que haber sido suficiente para poder sobrevivir los seis meses de vida subterránea a la que nos íbamos a enfrentar. Persyk, mi perro ruso, no paraba de dar vueltas alrededor de nosotras. Quizás debí haber hecho más caso a las inquietudes del pobre animal, pero mi cabeza estaba en otro lugar, muy lejos, allá dónde se estaba llevando a cabo todo el Programa de Salvación. Deseaba con todas mis fuerzas estar ahí, formar parte de ese grupo de gente que nos había devuelto la esperanza.  
El recuerdo desapareció y yo volví a recuperar mis sentidos. Abrí los ojos con cuidado y me incorporé intentando no ser brusca. Cuando el mareo mermó y la negrura se disolvió, pude ver que el humo había desaparecido para dar paso a la imagen más impactante que mis ojos verían jamás.
Tenía ante mí la nada más absoluta. Porque esa era la única forma de llamar aquel paisaje, no había palabra existente que describiera mejor lo que tenía delante. ¿Era polvo lo que pisaban mis pies, era ceniza, tierra desmenuzada o tal vez una mezcla de las tres? Mis pies sentían que era algo sólido pero, a mi parecer, por momentos se volvía líquido y por momentos gaseoso. No había ni un solo edificio en todo lo que alcanzaba a ver con mis ojos y era, extrañamente, una distancia casi infinita. Elevaciones de materia indefinida y trozos de roca incandescente se distribuían de forma asimétrica sobre la planicie. Un agujero en el suelo, no muy lejos de dónde me encontraba, expulsaba constantemente un gas negro y nauseabundo que al topar con algo en el aire caía yendo a parar de nuevo al agujero.
Pánico y terror eran mis sentimientos predominantes. El mundo tal y como lo conocía había desaparecido y yo había acabado, como consecuencia de alguna broma macabra o un milagro— dependiendo desde el punto de vista en que se mirara—, en un lugar inhóspito y totalmente inapropiado para la supervivencia humana.
Le di vueltas y vueltas al asunto y al final pude llegar a la conclusión más fácil y coherente. Todo, absolutamente todo lo que me envolvía y me ocurría en aquel instante se reducía a una sola causa.
Yo, Eva, había sobrevivido al Fin del Mundo.
A lo largo de la historia, ha habido numerosas predicciones en las que se suponía que acabaría el mundo. Ninguna certera, por supuesto. Ni las fechas ni las causas eran las acertadas. Pero, hacía dos décadas, un físico australiano había descubierto un extraño movimiento sísmico que se estaba produciendo en el interior de la tierra. Numerosas investigaciones fracasaron en su intento de darle una explicación a ese suceso hasta quince años después, cuando Mason Brügen, un alemán aficionado a la geología y a la física, anunció y probó que ese movimiento sísmico iba a producir el Fin del Mundo.
Para sorpresa de toda la humanidad, no se intentó ocultar ese hecho, fuimos avisados por el gobierno de numerosas maneras al siguiente día del descubrimiento. Pero antes de que al pánico y al miedo le diera tiempo de expandirse, nos presentaron a un grupo de quince personas, en su mayoría científicos, que serían los encargados de llevar a cabo el Programa de Salvación. Sabían convencer tan bien que la gente ni siquiera se preocupó por averiguar más de todo aquello, confiaban en que llegado el momento tendrían su plaza en el salvavidas.
Nos dijeron la fecha exacta, nos dieron unas pautas que deberíamos cumplir para poder ingresar en el Programa. Era totalmente gratuito, pero debíamos cumplir con unas características físicas y mentales que permitieran una convivencia segura con los demás.
Lo que se suponía que iba a ocurrir, era que el núcleo terrestre iba a llegar a un punto de temperatura tres veces mayor que el que tenía, esto haría que las ondas electromagnéticas pudieran propagarse a través de todos los materiales que forman la estructura terrestre hasta llegar a la escorza. Esto produciría el efecto ‘’Sartén’’, cómo lo llamábamos coloquialmente, y todos moriríamos o de desecación o de achicharramiento.
Los del Programa de Salvación, en dos años, consiguieron elaborar cámaras subterráneas del tamaño de una ciudad como Nueva York en tres continentes diferentes. Esas cámaras iban a estar aisladas mediante potentes generadores eléctricos que crearían capas de hielo alrededor de los cubículos, convirtiéndolos en algo parecido a una nevera que pudiera conservar a la humanidad entera. Ahí pasaríamos seis meses correspondientes a la primera fase: Conservación. Después la temperatura volvería a la normalidad y podríamos salir a la superficie empezando con la segunda fase: Restauración. Era lógico que no nos encontráramos con todo tal y como estaba, así que para recuperar la vida de la tierra, los científicos ya tenían numerosos planes para que los pusiéramos en marcha durante la segunda fase.
Pero nunca llegamos a empezar el proyecto, nunca fuimos trasladados a las cámaras. Porque, tal vez por la inexactitud de los científicos o por un error en los cálculos, la fecha del desastre se adelantó cuatro semanas. La gente estaba haciendo su vida normal, paseando por la calle, en el trabajo, durmiendo en casa… Nadie se esperaba que de repente todo empezara a arder y a resquebrajarse.
Yo volvía a casa con mi madre y de repente una fuerte explosión se produjo justo a dos metros de nosotras, un enorme agujero se abrió en el suelo y un terremoto nos sacudió con potencia, lanzándome contra un banco. Lo último que vi antes de desmayarme fue un hilo de fuego recorriendo toda la avenida.
Cómo había podido sobrevivir todavía me era un misterio, qué debió haber pasado ni siquiera podía imaginármelo y cómo mi mundo se había convertido en la nada era lo que más me preocupaba.
 

jueves, 23 de diciembre de 2010 en 15:36 , 3 Comments

Prólogo

Cuando hay mucho humo en el ambiente, los ojos empiezan a recibir fuertes punzadas de dolor que te obligan a cerrarlos y abrirlos miles de veces. Las venas del lagrimal se vuelven rojas y la vista se nubla.
Te sientes confundido y te preguntas si el siguiente paso te va a hacer caer al suelo. Y caes. Entonces el humo también se apodera de tus pulmones y tu garganta se vuelve áspera. Empiezas a toser, sin parar, llegando hasta la molesta arcada.
No fue agradable despertar en una espesa nube de ceniza y humo. Pero esa fue la mejor parte de aquel monstruoso día, en el que comenzó mi nueva vida en el infierno.

domingo, 19 de diciembre de 2010 en 15:45 , 1 Comment